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Había una vez, en un rincón olvidado del mundo, un bosque que brillaba con una magia antigua y juguetona. No era un bosque común; aquí, el musgo de los árboles parpadeaba con luz propia y los ríos canturreaban melodías olvidadas. En el corazón de este bosque vivía un pequeño gnomo llamado Pip. Su sombrero, tejido con pétalos de nomeolvides, era del color exacto de un cielo de verano al mediodía, y su barba, tan blanca y esponjosa como una pelusa de diente de león lista para volar, guardaba secretos y risas. Pip no era un gnomo cualquiera; era el guardián de la Arboleda Reluciente, un lugar sagrado donde los árboles tenían hojas de plata pura que tintineaban con la brisa y los hongos gigantes brillaban con una luz suave y ambarina por la noche, guiando a las criaturas nocturnas.

Una tarde, mientras el sol se teñía de naranja y rosa, un duendecillo travieso llamado Flicker, conocido por sus bromas y su velocidad endiablada, pasó zumbando por la arboleda. Con una risita centelleante, arrebató el Pétalo de Luna, una joya luminosa que latía en el corazón del árbol más anciano, el Gran Susurrante. Al instante, la luz de la arboleda comenzó a flaquear, las hojas de plata se opacaron y los hongos perdieron su brillo. El silencio que cayó fue pesado y triste. Pip, con el corazón encogido pero lleno de determinación, supo que debía actuar. Montó a su fiel corcel, una mariquita valiente y robusta llamada Lily, cuyas alas zumbaban con lealtad. Juntos, Pip y Lily partieron en una búsqueda épica, siguiendo el rastro de purpurina que Flicker había dejado atrás, decididos a recuperar el pétalo y restaurar la magia en su amado hogar.

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