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Daniel era un niño con epilepsia. A veces, sus crisis lo dejaban confundido, y los sueños intensos que tenía después se mezclaban con la realidad de una forma extraña. Al principio, esto le asustaba, pero Daniel era un constructor nato. Decidió que si no podía distinguir sus sueños de la realidad, entonces construiría sus sueños en el mundo real. Con sus cajas de bloques de construcción de juguete, ladrillos de plástico y cualquier material que encontraba, empezó a recrear las ciudades fantásticas, los vehículos voladores y las criaturas imposibles que veía en sus sueños. Su habitación se convirtió en un museo de su subconsciente. Había torres que desafiaban la gravedad y puentes que conectaban la cama con el armario. Sus amigos quedaban fascinados y le pedían que les contara la historia detrás de cada construcción. Daniel descubrió que incluso las experiencias más difíciles y confusas pueden ser una fuente inagotable de inspiración y creatividad, convirtiendo sus desafíos en una forma de arte única.

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