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Tomás, un niño con Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), tenía una mente que funcionaba como una lupa de alta precisión. No se le escapaba ningún detalle. Notaba si un cuadro estaba un milímetro torcido, si a un libro le faltaba una página o si una baldosa del suelo tenía una grieta que no estaba allí el día anterior. A veces era agotador, pero Tomás decidió usar su habilidad para el bien. Se autoproclamó el mejor detective del barrio. Con una gabardina de su padre que le quedaba enorme y una libreta, abrió "La Agencia de Detectives de Detalles". Resolvía los misterios más desconcertantes: el caso de las galletas de chocolate desaparecidas de la lata de la cocina (descubrió una migaja delatora bajo el sofá), el misterio del calcetín solitario (encontró una hebra enganchada en el tambor de la lavadora) e incluso quién había pisado las flores del jardín de la señora Pérez (identificó un patrón de suela único en el barro). Su increíble atención al detalle lo convirtió en una leyenda local.
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