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Valeria era una niña sorda y una observadora excepcional. Se comunicaba con una fluidez asombrosa a través de la lengua de signos, sus manos dibujando historias en el aire. Una noche, mientras miraba por la ventana hacia el bosque que bordeaba su casa, vio algo extraño: una luz pálida y pulsante que se movía entre los árboles. Lo más curioso era que no producía ningún sonido. Ni el crujido de las ramas, ni el zumbido de un insecto, nada. Intrigada, se calzó las botas y, con una linterna, se adentró en la oscuridad. Sus amigos, que la vieron salir, la siguieron, haciendo un ruido terrible. Valeria les hizo señas para que guardaran silencio. Usando sus agudos ojos y su ingenio, siguió la luz. Descubrió que no era magia, sino un enjambre de luciérnagas que se habían quedado atrapadas en una tela de araña gigante y cuyo brillo sincronizado parecía una sola luz. Con mucho cuidado, liberaron a los insectos. Valeria resolvió el misterio, demostrando a sus amigos que no todo lo importante se puede oír, y que a veces, la clave está en observar en silencio.

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