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Martina era una niña del espectro autista que encontraba consuelo y alegría en la rutina. Cada día, exactamente a las cuatro de la tarde, iba al campo que había detrás de su casa a volar su cometa. Era una cometa preciosa, con forma de dragón y una cola de cintas de todos los colores. Verla bailar en el cielo, siguiendo patrones predecibles según el viento, la calmaba. Un martes, sin embargo, una ráfaga de viento traicionera y anormalmente fuerte arrancó el hilo de sus manos. La cometa, libre, se elevó y se alejó, no hacia arriba, sino horizontalmente, como si la estuvieran remolcando. Aterrada por la ruptura de su rutina pero más aún por perder a su amiga, Martina corrió tras ella. La cometa la llevó a un viaje inesperado a través de campos que no conocía, bosques que parecían encantados y pueblos diminutos que no estaban en los mapas. En su búsqueda, conoció a personajes peculiares y vio maravillas que nunca había imaginado. Al final del día, cuando recuperó su cometa, Martina se dio cuenta de que, aunque amaba su rutina, a veces, salirse del plan puede llevarte a los lugares más maravillosos.

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