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Raúl usaba aparatos ortopédicos metálicos en las piernas para poder caminar. Al principio, no le gustaban, los sentía pesados y ruidosos. Pero un día, su abuelo le contó un secreto: no eran simples aparatos, eran "zapatos mágicos" forjados por elfos. Desde ese momento, la perspectiva de Raúl cambió por completo. Con sus zapatos mágicos, cada paso era una proeza heroica. El pasillo de su casa se convertía en un puente colgante sobre un abismo. El jardín era una selva encantada por la que solo él podía caminar gracias a sus botas. Les contaba a sus amigos que sus zapatos le permitían caminar sobre el agua (los charcos), saltar sobre edificios (los bordillos) y correr más rápido que un guepardo (en su imaginación). Su increíble imaginación era tan contagiosa que pronto todos sus amigos querían "poderes mágicos" como los suyos. Raúl convirtió lo que podría haber sido una carga en la fuente de su mayor poder: una fantasía sin límites que transformaba su mundo cotidiano en una aventura épica.

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